domingo, 21 de marzo de 2010

SOBRE EL SABER ESCUCHAR

A mí me disgusta no oír a alguien, no comprenderle. Si se trata de un simple fallo de comprensión, o de no prestarle suficiente atención a lo que dice, o dificultad en entender las palabras, me siento sólo ligeramente insatisfecho conmigo mismo. Pero lo que realmente me disgusta de mí mismo, es no ser capaz de oír a otra persona por creer estar seguro con antelación de lo que se propone decir y no escucharle. Sólo después me doy cuen¬ta de que he oído lo que ya había decidido que diría; no he lo¬grado escucharle. O todavía peor: las ocasiones en que me doy cuenta de que estoy intentado tergiversar el mensaje para que diga lo que yo quiero y que es lo único que finalmente oigo. Esto puede ser algo muy sutil y lo logro con sorprendente pericia. Sólo con tergiversar ligeramente sus palabras, modificando ape¬nas su significado, puedo lograr no sólo que parezca decir lo que deseo oír, sino que sea la persona que yo quiero que sea. Solamente cuando me doy cuenta, a través de sus protestas o porque yo gradualmente reconozco que sutilmente le he estado manipulan¬do, siento asco de mí mismo. También sé, por haber sido recep¬tor en semejante situación, lo frustrante de que a uno se le reciba por lo que no es, de que se oiga lo que no ha dicho. Esto crea ira, confusión y desilusión.

Esta última manifestación nos conduce directamente al pró¬ximo aprendizaje que deseo compartir con ustedes. Me siento terriblemente frustrado y me encierro en mí mismo, cuando in¬tento expresar algo que es profundamente mío, que forma parte de mi mundo íntimo y privado, y mi interlocutor no me com¬prende. Cuando tiento la suerte arriesgándome a compartir algo muy personal con otro individuo y el mensaje no se recibe ni se comprende, la experiencia es sumamente deprimente y melancó¬lica. He llegado a creer que dichas experiencias convierten a ciertos individuos en psicóticos. Les inducen a abandonar toda esperanza de que alguien les comprenda. Cuando llegan a este punto, su propio mundo interno, cada vez más grotesco, se con¬vierte en el único lugar donde pueden vivir. Ya no pueden parti¬cipar en experiencias humanas compartidas. Simpatizo con ellos porque sé que cuando intento compartir algún aspecto emocional de mí mismo —que es privado, preciado y tentativo— y la comunicación es recibida con evaluaciones, palabras tranquilizadoras y distorsión de su significado, siento un fuerte deseo de exclamar:«¡Es inútil!».Entonces, uno sabe lo que es estar solo.

Con lo que les he dicho hasta estos momentos, habrán comprendido perfectamente que para mí es terriblemente importante que en una relación se escuche de una forma creativa, activa, sensible, precisa, con observación de las proyecciones de la personalidad y sin juzgar interlocutor. Considero importante ofrecerlo y, especialmente en ciertas ocasiones de mi vida, ha sido de vital importancia recibirlo. Siento que he crecido dentro de mí mismo cuando lo he ofrecido y estoy seguro de haber crecido, haberme liberado, cuando he sido escuchado de ese modo.

Fuente: Texto escrito por Carl Rogers

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